El publicitado apagón mundial internacional del sábado pasado promovido por el Fondo Mundial de la Naturaleza (WWF) y titulado La hora del planeta constituyó otro episodio más de un antiguo accionar cosmético que comenzó el 22 de abril de 1970 durante el mandato del presidente Richard Nixon. En aquella instancia se denominó Día de la Tierra y movilizó a 20 millones de norteamericanos, mientras la escalada de la Guerra de Vietnam vertía toneladas de gelatina incendiaria (napalm) y miles de litros de defoliantes sobre las selvas de la península indochina.
La multitud convocada –entonces– expresaba sinceramente su preocupación por los desequilibrios del mundo natural y la extinción de especies animales y manifestó solemnemente –ahora– su malestar por el auge de los desórdenes climáticos. Pero todo eso consiste en un breve episodio de catarsis emocional, mientras los mecanismos de destrucción terrenal y social permanecen inalterables.
El famoso tema de la reducción de emisiones de gases de efecto invernadero es en sí mismo una utopía. No hay modo de detener el mundo industrializado. Para funcionar del modo en que se desenvuelven en la actualidad, las sociedades desarrolladas y en vías de desarrollo queman diariamente 90 millones de barriles de petróleo. Todos los días de todas las semanas de todos los meses. Año tras año. Mientras no se implenten auténticas fuentes de energía sin emisión de gases y no se reemplacen las tecnologías tradicionales, todo el aparataje de negociaciones en las cumbres de Naciones Unidas será infructuoso. Desde que se firmó en 1972 en Río de Janeiro el convenio marco sobre cambios climáticos, el único éxito real fue la abolición del uso de propelentes fluorocarbonados que destruían la capa de ozono. No por un consenso político sino porque se habían vuelto antieconómicos.
Del mismo modo, Estados Unidos y Rusia anuncian últimamente un acuerdo de desarme, cuando lo único que están haciendo es desmontar mísiles balísticos corroídos por su obsolescencia.
Cinco días antes del festival fotográfico global made in WWF, la Organización Meteorológica Mundial calificó al año 2009 como el quinto más caluroso desde que comenzaron los registros en 1850. En promedio, el Hemisferio Sur fue particularmente más cálido. En lo referido a las décadas, la evaluación demostró que la década 2000-2009 fue más caliente que la de los años noventa, que a su vez había superados a la década de los ochenta. Asimismo, la OMM resaltó que durante el año pasado se registraron fuertes sequías, tormentas muy intensas e inundaciones en diversas partes del globo.
Por su parte, el prestigioso Instituto de Vigilancia Mundial de Washington (Worldwatch Institute), notificó que durante 2009 hubo mundialmente unos 860 desastres naturales. Dado que en 2008 hubo 750, la cifra indica un incremento del 15 por ciento. El 92 por ciento de los desastres fueron de corte climático, a saber: 42 por ciento, grandes tormentas; 38 por ciento, inundaciones; 12 por ciento, oleadas de calor o de frío, sequías, incendios salvajes y furias invernales. El 8 por ciento restante de las catástrofes de 2009 fueron eventos geofísicos como terremotos, erupciones volcánicas y tsunamis.
Ante este panorama, el teólogo brasileño Leonardo Boff consigna que el surgimiento de un accionar mundial colectivo contra la crítica situación actual nace hoy de una profunda decepción y de mucha rabia existentes en el mundo. Estima que 60 millones de trabajadores han quedado desempleados y que dentro de poco sumarán más de 100 millones. Según este pensador cristiano, la solución para el calentamiento y para la crisis ecológica generalizada no podrá surgir de la política, pues cree que ésta se halla entrecruzada por intereses nacionales y por mucha corrupción.
Y afirma: “Están surgiendo esbozos de organizaciones para la salvación de la humanidad y de la vida. Líderes, grupos, movimientos, sectores religiosos, asociaciones, articulaciones mundiales, querrán tomar la historia en sus manos de forma desesperada. Millones de refugiados climáticos forzarán los límites políticos de muchas naciones en busca de supervivencia. Habrá manifestaciones multitudinarias de los descontentos delante de los bancos, de los parlamentos y de los palacios de gobierno exigiendo medidas drásticas para garantizar la seguridad alimentaria, puestos de trabajo, agua potable, protección contra las devastaciones producidas por los eventos extremos. ¿Quién resistirá a las multitudes enfurecidas?”.
Como un ecoprofeta, Boff prevé que se avecinan en el planeta grandes conmociones humanas porque las poblaciones afectadas no se resignarán a fenecer irremediablemente. La salud social y la salud ambiental van de la mano.
Fuente: Por Miguel Grinberg – Crítica de la Argentina